
Cierta vez y en cierto lugar había tres hermanas: la hermana Oro, la hermana Plata y la hermana Caracol. Las tres eran inteligentes, laboriosas y bellas como los crisantemos de la montaña. La hermosura de las muchachas cobró fama por lo que el ir y venir de los jóvenes de las aldeas cercanas y lejanas para proponerles matrimonio era tan interminable como la ronda de las abejas en la primavera. Sin embargo, las hermanas Oro y Plata tenían muchas pretensiones, con mucha malicia; a éste lo encontraban pobre, aquél otro era feo, de forma que escogiendo y escogiendo no habían encontrado todavía uno que las satisficiera. Pero la hermana Caracol no se parecía en nada a las otras dos. Aunque muy pequeña, era bondadosa y sólo pretendía un joven laborioso como compañero para sus días.
Una madrugada, cuando la hermana Oro se disponía a ir a buscar agua con el cubo áureo a la espalda, abrió la puerta de la casa y se pegó tal susto que tuvo que retroceder. Y es que en el umbral estaba durmiendo un mendigo viejo, sucio y harapiento, que le obstaculizaba el paso..
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